Mientras escuchaba que Jesús regresaría a la tierra, pensé que me gustaría hacerle muchas preguntas.
Estaba bastante desconcertado por no conocer bien las escrituras y no saber que cuando Jesús regrese será para juzgar a la humanidad; para separar a los buenos de los malos, y entonces será demasiado tarde como para hacer preguntas. También estaba desconcertado por encontrarme en un país desconocido.
En un momento como este, uno se pregunta: ¿Quién soy? Al ver a miles y miles de personas con las cuales uno no tiene la mínima relación y ser uno de tantos. Es como si mi identidad genética no valiera nada, ya que todos mis familiares están lejos. Como nadie me conoce, es como sentirse que le han quitado el fundamento en el cual estaba parado. ¿Qué hacer, y a quien acudir? ¿A que vine? Vine a buscar, buscar a Dios, la verdad, el camino. Vine a buscar vida, vida en abundancia.
Así fue como después de esa conversación aunque no sentía nada, intuía que había una pequeña luz al final de túnel.
Iba a la escuela para aprender italiano, luego al comedor universitario a comer y luego hacía nuevos amigos, entre ellos algunos estudiantes comunistas universitarios de Roma.
Había pedido a Dios una señal (lo cual puede ser peligroso ya que las señales vienen de manera diferente a como las esperamos) y la señal vino, con toda su originalidad, porque de pronto descubrí que había perdido todos mis documentos, pasaporte, licencia de manejar, cédula y dinero...
Sentí que había perdido mi identidad, y casi instantáneamente descubrí que mi verdadera identidad no era solo un documento, un papel, sino que está basada en mi relación con Dios. Era mi espíritu, semejante a mi Creador y que Él ya no sería solamente mi creador, sino mi Padre. En otras palabras, percibí que voluntariamente podía tener un nuevo sentido de identidad, si dejaba que Dios fuera mi Padre, y era yo quien tenía que hacerlo, creyendo por fe en su Palabra.
Aunque había crecido sabiéndolo, eso era solo un dogma, un conocimiento aprendido de los demás, no de una revelación que viniera de Dios. Un documento puede perderse, más el sentido de identidad no. Aunque en ese momento no podía ponerlo en palabras, ya que mis pensamientos no habían tomado forma ni expresión, era eso lo que intuía en lo más íntimo de mí ser.
Acudí a la carpa que el grupo “Cristo es la respuesta” había instalado en la vía Cristoforo Colombo. Cuando llegué esa noche, el predicador era un norteamericano alto, peludo y barbudo estilo hippie, que con su interprete italiano bien vestido, hacían un verdadero contraste a la vista, sin embargo en el espíritu, era como si estuvieran fundido en un solo ser.
Yo entendía el mensaje en ambos idiomas, y absorbía cada palabra, como agua a mi alma sedienta. El mensaje consistía en que de la misma manera como Moisés liberó al pueblo de Israel en Egipto, así Jesús podía liberarnos de nuestros pecados. Jesús dijo: “Si observáis mis mandamientos seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres, y si el Hijo os liberare seréis verdaderamente libres”.
Tal como los predicadores lo expresaban, era como si esa escritura respirara, cobraba vida, se volviese real. Comprendí que eso era lo que yo buscaba y lo encontré. Encontré a Jesús y Él me dio la libertad, el conocimiento de la verdad, el verdadero sentido de la vida. Cuando respondí al llamado lo supe. Mas tarde mis amigos comunistas pensaron que yo necesitaba de un psiquiatra.
Han pasado más de 30 años y Jesús sigue siendo tan real como el primer día. Dios nos creó para caminar con Él, pues Él no desestima a nadie; lamentablemente somos nosotros quienes descalificamos por ignorarle.