Yo crecí en un hogar muy sano. Éramos cinco hijos y no nos faltó nada. Fui a la Escuela Americana donde aprendí el Inglés desde pequeño. Entré a la Universidad Nacional donde comencé a estudiar arquitectura. Tuve la bendición de tener un buen trabajo en la financiera Roble cuando se construía Metro Centro, en la segunda etapa. Trabajé como dibujante arquitectónico. En el fondo me sentía vacío, y opinaba que la vida no valía la pena vivirse, porque no le encontraba un propósito a nada. Me parecía que la única razón para existir era hacer dinero, tener un título, tener un nombre, ser alguien, tener una familia y luego morir. En el fondo creía que Dios existía pero me preguntaba: ¿Por qué no se comunicaba con nosotros? Y también es cierto que había mandado a su hijo al mundo, a Jesucristo, pero también me preguntaba, por qué las cosas habían seguido igual que antes, y no había cambiado nada. Y si Dios tenía tanta autoridad y tanto poder por qué al venir al mundo, en vez de haber cambiado al mundo, como que el mundo lo había vencido cuando lo mató. Y yo sabía que él había resucitado, porque crecí en la religión tradicional, pero se había ido al cielo y las cosas habían seguido exactamente como antes. Me sentía defraudado por Dios, con la vida, y conmigo mismo y entonces pensé que si viajaba podía encontrar nuevos horizontes o algo que llenara ese vacío que estaba en mí, y pensaba que: Si Dios verdaderamente existe, él se podía revelar, mas no sabía como, y decía: Dios tiene los mecanismos para hablarnos a pesar de que yo no los conozco, y no sé por qué no los usa. Tenía dos amigos que no estaban estudiando y no trabajaban, pues se habían orientado un poco hacia las drogas, y ellos iban a ir a Europa, y a mi me dio un poco de celos, que ellos que no tenían responsabilidades, tenían la libertad de viajar, y yo que estaba estudiando y trabajando, era como un esclavo de un trabajo y de un estudio. ¿Y para qué? si no iba a encontrar el propósito de la vida en todo caso. Decidí irme con ellos. Terminamos yéndonos a Italia. Llegamos a la ciudad de Pizza donde estábamos inscritos en la Universidad, pero a ellos no les gustó, entonces nos fuimos a Roma. Comenzamos a estudiar en una escuela donde aprendí el italiano y con ellos conseguimos un apartamentito. Yo me sentía triste, deprimido, inseguro, pues no tenía amigos, no tenía trabajo y el dinero que llevaba se me estaba terminando, y pensé que verdaderamente no había valido la pena hacer viaje porque no le había encontrado un propósito a nada. Y hubiera podido llamar por teléfono a mi papá y pedirle dinero para regresar al país, pero me hubiera sentido totalmente derrotado, pues dije: Yo vine no solamente buscando un trabajo, pues eso lo tenía allá, o una mejora cultural, pero yo vine en busca de algo espiritual, y esto como que no existe. Dios verdaderamente escuchó mi oración en el avión antes de despejar del aeropuerto de Ilopango, le dije que había hecho tantas cosas y que no había encontrado un propósito a la vida, que este era como el último cartucho de la escopeta que iba a disparar, y que si no encontraba un propósito en la vida, iba concluir de que no valía la pena vivir, ya que él nos había abandonado en este planeta, destinado a contaminarse y a perecer con guerras nucleares. Un día en una plaza de Roma escuché una conversación en inglés. Era un joven que hablaba acerca de la venida de Cristo, y me pareció muy interesante. Y pensaba: Ojalá que regresara Jesús, así le podré hacer muchas preguntas, porque no veo repuestas a las interrogantes de la vida.