Vine a este capítulo de la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocio del Evangelio Completo, cuando el segundo de mis hijos me trajo. Yo estaba derrotado, espiritualmente muerto. Vine con una profunda depresión, aunque en las otras áreas de mi vida, andaba más o menos bien. Conservaba mi hogar y tenía algunas reservas económicas. Pero antes de esa depresión hay algo que no puedo dejar de mencionar. Cuando trabajaba en la empresa donde creía que había llegado por mi capacidad, cierto día de febrero de 1988, llegó a la oficina que estaba a mi cargo un ordenanza diferente, porque el ordenanza asignado había salido incapacitado por tres días. Este ordenanza llegó a suplir al ordenanza estrella que preparaba tragos, arreglaba aires acondicionados, era un buen mecánico, buen pintor, arreglaba teléfonos… todo lo hacía. Pues ese día salió incapacitado y llegó esa otra persona que me dijo: Aquí vengo a trabajar con usted. Está bueno - le dije. Y continuó diciéndome: Fíjese que anoche hablé con el Señor... Cual Señor - le dije, pues yo no entendía. El Señor Jesús – me dijo. Me quedé igual y le pregunté - ¿Y que le dijo? Que tenía que orar antes de comenzar mis labores. Ore pues – le dije; cada loco con su tema pensé. Él no comenzó a orar sino que me volvió a insistir - Y me dijo otra cosa… Y qué le dijo – le pregunté con curiosidad. Que usted tenía que orar conmigo – me dijo. Yo en ese momento de mi vida no tenía nada que ver con ninguna iglesia. En mi familia hubo una religión tradicional, pero yo no respiraba nada de eso. Entonces yo era un hombre difícil para abordar, y no estaba en mi agenda mencionar cosas de Dios, ni nada de eso. Me pareció extraña la posición de esa persona, y por decirle que no, le dije que si. Y me fui a la esquina de mi oficina a orar con él. De nuevo habló diciéndome: ¡El Señor me dijo otra cosa! Y que le dijo, échela de una vez – le respondí. ¡Que teníamos que hacerlo de rodillas, me dijo! Me quedé todavía más sorprendido y pensé: estos aleluyas son cosa seria. Por decirle no, le dije sí, y me arrodille y oramos. Al siguiente día igual. El tercer día que ya eran las ocho y diez y él no llegaba, y salí a buscarlo al portón de la empresa. Llamando a un motorista para que lo fueran a traer a la casa o averiguar que le pasaba, cuando apareció él y me dijo: Había fiesta allá por mi casa. Vivía allí por el Pepeto, Soyapango, y mi oficina estaba arriba del redondel Masferrer. Cuando empiezan a darse los muchachos todos nos paramos – me dijo – hasta que terminan, seguimos. ¿Y no le pasó nada? No – me dijo, y entró. Ya me va a decir que oremos, pensé, pero no me dijo nada. Me sorprendió, que ese día no me dijera. Al bajar al segundo nivel me va a decir, pensé. Pero tampoco. Al bajar al tercer nivel si no me dice, le voy a decir, dije para mí, y así fue. Mire – le dije – y ¿no vamos a orar hoy? ¡No! - me respondió. Eso me confundió más, y pensé; estos aleluyas son cosa seria. ¿Y por qué? – le dije. Es que ya son las ocho y diez, y hay gente que le está esperando, y a nosotros nos pagan por trabajar. Pero como yo mando – le dije – vamos a orar. Vaya pues – respondió. Le echó llave a la oficina y nos pusimos a orar. Al siguiente día, volvió el ordenanza asignado, y Jorge a ser el mismo bolo, el mismo neurótico, arrogante, y creído. Parecía que Jesús no había hecho nada en mi vida...