Yo vine a esta Fraternidad “enganchado”, por quitarme de encima a un amigo a quien ahora yo bendigo y le doy gracias, porque esa invitación cambió mi vida. Yo sufría de buenitis, y la mía era aguda. Mi mamá decía que yo era bueno. Mi mujer también decía que era bueno. Porque en casa quien no va a decir eso. Era un bebedor social, y ¿el alcohol?..., lo manejaba. ¡Mentira! Tenía lagunas del porte de un bosque. Varias veces llegué a mi casa sin saber si había llegado en el carro o me habían llevado, o donde había dejado el carro. Pero según yo, controlaba el licor. Cuando vine, y vi a estos hombres, creí que era otro grupo de locos. Y si hoy me lo dicen, no importa, porque ahora yo estoy más loco que aquello que vi en esa época, Y no estoy solo yo, sino que metí a mi familia, porque esta es una bendita locura que trasciende para bien. En esa etapa yo era un inquisidor. A mi no me sorprendía cualquiera. Así que cuando vine aquí, no fue la excepción. Empezaron a decir un montón de cosas, y yo disimuladamente anotando. Estos hombres me recibieron con estas palabras: “No se equivoquen..., no erréis, ni los mentirosos, ni lo adúlteros, ni los borrachos... eran diez niveles de los que no entrarán en el reino de los cielos. Estos están más chiflados todavía, pensé. Porque para mí, la mentira era una habilidad. Me habían enseñado, que desde que se habían inventado las excusas, nadie quedaba mal. Cuantas veces por haber dicho mentiras, y se me olvidaba lo que había dicho, volvía a caer. Así que cuando estos me dijeron, quienes no entraban al reino de los cielos, puse atención. Y para ver si era cierto, fui a casa, a buscar en la Biblia que me había regalado mi hermana, que estaba empolvada, y hallé en la 1ª. Corintios 6:9 algo que me impactó. Y todo lo que decía ahí, era serio. Entonces el siguiente sábado ahí estaba yo otra vez. Así empecé a averiguar como había llegado este, como llegó el otro. Todos habían llegado en forma diferente. Uno hasta había llegado porque la mujer lo invitó a celebrara el 31 de Diciembre con mariachis. Muchos habían sido invitados por las esposas, en mi caso yo fui el primero, porque si hubiera sido mi esposa, no voy. El Señor tuvo que quebrar mi esquema, porque si hubiera sido mi mujer, yo le habría dicho ándate y llévate a los cipotes. Tuve la bendición que en esa época había un lugar que le llamaban “La Escuelita”. Voy ir a ver, de que siguen hablando estos locos, pensé y me quedé trabado en la escuelita. Le doy gracias a Dios por las gentes que allí estaban, especialmente por don Max. Este hombre aguantó. Yo decía, este viejito como que es jabón, porque le llegaba con una pregunta y se me salía. Yo hasta tenía aquel manual de las mil preguntas más difíciles, y con esas llegaba..., pero se me salía. Mire don Max, fíjese que no sé que... Ah, ya somos dos - me respondía. Nunca lo agarré. Pero, - me decía - talvez ahí dice algo... era la respuesta. Pero la habilidad, la sabiduría que Dios puso en este hombre para comprender el espíritu con que yo llegaba y para darme la respuesta, fue algo tremendo. Esto fue un caminar, la bendición fue que entre más me metía yo, queriéndolos quebrar, más me quebraba el Señor a mí, así que al final me rendí, y le dije: Bueno Señor, por aquí vamos. Así que todos aquellos improperios que yo dije de locos, fanáticos, si hoy me los dicen, me los he ganado.