Soy ingeniero Industrial con Maestría en Administración de Empresas. Todo comenzó hace casi cuarenta años cuando yo estuve muy enfermo. Padecí de una enfermedad congénita y me habían llevado a los Estados Unidos a ser operado. Después de tres años de tratamiento, no había otra cosa que hacer. Tenían que operarme los conductos que conectan los riñones con la vejiga, porque no funcionaban. La orina regresaba a los riñones y empezaba a contaminar todo mi cuerpo al infectar la sangre. Mi papá tal vez nunca había necesitado ayuda, pues gracias a Dios nació en una familia con medios y había podido tener casi todo bajo control, sin embargo, yo que era su primer hijo, estaba muy enfermo, y no había nada que él pudiera hacer. Estaba en manos de un cirujano experto, y me iban a someter a una operación dramática de mucho riesgo. Tiempo antes de la operación, mi papá había sido invitado a formar parte de una organización religiosa de un sector laico, y él había huido, diciendo que no le interesaba. Así que cuando se le presentó esa situación conmigo, se sintió desarmado. De repente su vida de tranquilidad se había fracturado y decidió hacer un trato con Dios. Él me cuenta que no sabía mucho de cómo hablar con Dios, porque nunca había tenido necesidad, y en sus tiempos era mal visto un hombre que anduviera de iglesia en iglesia. Él estaba acostumbrado a los tratos, y como hombre de negocios hizo un pacto con Dios y le dijo: “Yo voy a trabajar para ti, pero tu me vas a rescatar a mi hijo”. Pasaron los meses, y yo no mejoré. Estaba él sentado afuera de la sala de cirugía de la Universidad de Miami, Estados Unidos, y me iba a operar un especialista que tenía estudiantes a su cargo viendo la operación. Mi padre se enojó con Dios y me cuenta que le dijo: “¡Yo cumplí mi parte del pacto; Pero vos no cumpliste con la tuya!”. En ese momento, sin duda por inspiración de lo alto, el cirujano paró la operación, y dijo: ¡Tengo que hacerle otro examen! Era otro píelo-grama, una radiografía para la que tienen que inyectar en la sangre unos líquidos peligrosos. Lo que ese hombre estaba diciendo, en opinión de mi médico era inaudito, porque me estaban sacando en un momento en que ya estaba bajo anestesia, con estudiantes viendo todo. Y lo peor que puede hacer un cirujano es dudar, porque él es el responsable, que actuaba como quien iba a tomar otra foto para ver si yo era el mismo paciente. Me han sacado de esa sala bajo anestesia, me hicieron el pielo-grama y el Señor me había sanado totalmente. Para mis padres eso fue un golpe fuertísimo. Primero no lo entendían. Mi mamá estaba furiosa, dice que cuando llegó y me vio, ella que se había preparado por meses para ese momento, para ver a su hijito cortado, de repente después de tanto sufrimiento ella que creyó que ya había pasado, salió a buscar al doctor, que se andaba escondiendo. Lo arrinconó antes de que entrara al elevador y le dijo: Doctor, ¿Qué hago? El doctor se dio vuelta y le dice: Mire señora, su hijo está bien. Está perfectamente bien, no tiene que darle medicinas. No me pregunte más, porque lo único que le voy a decir es que es un milagro y no lo entiendo. De repente Jesús se había vuelto real para mi familia. ¿Por qué? Porque cuando pasa algo como esto, Jesús se vuelve real, y yo empecé a ver a mis papás cambiar de actitud, iban a retiros y hacían esto y aquello. Hasta cantaban.