En la primera parte de su testimonio, César relató como se enroló en el cuerpo de Marines de los Estados Unidos, y como de pronto en misión de paz, estaba viendo acción en Beirut. Un camión con seis mil libras de explosivos plásticos había destruido el cuartel general, que impactó a algunos de sus hombres a pesar de que se hallaban a 80 metros de distancia del edificio en el que había vivido ocho meses.
Continúa narrando: Pasado el susto, dijimos vamos avanzar a ver que encontramos. La primera impresión fue la de un joven de veintiún años. Él era blanco pero venía negro, la explosión le había cambiado el color y venía echando humo. En sus brazos traía a su compañero de armas que le faltaban las dos piernas y los brazos y decía: Está vivo, ayúdenme. En eso llega otro sargento y nos dice: ¡Me acaba de pasar un milagro, que nadie me lo va a creer! Yo estaba de sargento de guardia cuando vi el camión con explosivos que venía, me paré enfrente de él para detenerlo, pero no tenía balas en mi pistola, así que lo único que pude decir, fue: Señor, ¡Apiádate de mí! Y yo me desplomé para orar. Y cuando me arrodillé, el camión entero pasó sobre mí, y no me tocó. Cuando vi que el camión iba para adentro, me puse detrás de una enorme viga. Explotó el edificio, y la única viga que quedó fue esa. Ese fue el milagro de él. Necesitamos ciertas pruebas para descubrir que Dios es real.
Ese día me tocaba a mi tirar la basura y las bolsas de comida descompuesta. En Beirut hay una zona de los basureros del tamaño de una ciudad normal. Llevaba solamente un fusil, y me dijeron: En el basurero vas a necesitar tu chaleco porta granadas, una bazuca, pistola y, ¡Todavía te falta! Si, les dije, tienen razón, y es la más importante: el Salmo 91. Llegamos al basurero que medía siete kilómetros divididos en dos; el lado izquierdo para los niños cristianos, y el lado derecho para los niños musulmanes. Niños de un promedio de edad de doce años, que habían perdido a sus padres y lo único que tenían era ese basurero para alimentarse. Ese basurero era el refugio de mas de doscientos cuarenta mil niños. A algunos les faltaban manos, pies, pedazos de su cuerpo porque las baterías de artillería y los fusiles, no distinguen entre niños, ancianos y jóvenes. Y cuando ellos vieron la basura, vieron la comida del día. Lo que nosotros desperdiciabamos, la podredumbre que íbamos a botar, era la comida de ellos. Y cuando el jeep aceleró me dijeron: ¡Tira lo que es comida lo más rápido! Empezamos a tirar la basura, cuando un niño de unos siete años portando un fusil AK agarró la bolsa, como animal la rompió y rápidamente metió su cabecita para comer carne descompuesta. En ese momento alzamos la vista y vimos que en lo alto del basurero, a cientos de niños armados en una posición de desafío del lado derecho contra el izquierdo. Tuvimos que acelerar para salir. Se dieron “riata” y murieron muchos niños.
Yo venía para un desayuno de economía internacional y terminé en el salón donde estaban los Hombres de la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocio del Evangelio Completo. No fue una casualidad, sino un privilegio, Dios me manda como mensajero para que escuchen, que si ustedes creen que están en problemas, tienen que ver los problemas de los demás. Yo creo que Dios me dejó vivo para que hable de él.