Nací en un pueblito al norte de San Miguel. A los catorce años vine a trabajar a San Salvador como mensajero de Antel. Mis compañeros eran mayores y yo aprendí de ellos. Me quitaron el empleo, porque no quería cortarme el pelo, pero me lo cortó la guardia. Con deseos de superarme estudiando de noche obtuve una licenciatura en Contaduría Pública.
Mi madre, una señora muy religiosa, de niño me enseñó a rezar. Rezaba el rosario todas las noches hincado, pero de acuerdo a lo que yo leía, aprendí que no había Dios, y que todo tenía que ganárselo uno por sí mismo. Eso endureció mi corazón, me hizo un hombre duro, soberbio, y como iba progresando económicamente y en todos los campos, decía que yo era el bueno, pero trataba a mis empleados en forma déspota.
Desesperado, con una deuda de medio millón de colones en tarjetas de crédito, y con necesidad de pagar las planillas, un día me encontré a un amigo que me invitó a un desayuno en el Hotel Ramada Inn. En ese desayuno oí el testimonio de un hombre, que lo que yo había hecho no era nada comparado con lo de él, mas en ese momento me di cuenta de cuan perdido yo andaba. Ese día acepté a Jesús como mi salvador personal.
Quince días después fui a un seminario avanzado para líderes SAEL de la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocio del Evangelio Completo. Tenía ganas de beber, así que había planeado: En la noche me voy a donde unos cheros míos en la Costa del Sol, y aquí que se queden estos, pero no pude. Al siguiente día después del desayuno, dijeron vamos a orar por necesidades. El que dirigía, dijo “Pónganse aquí los que tengan problemas de alcoholismo, de drogadicción, tabaquismo..., y aquí a este otro lado los que tengan problemas económicos, de familia, de enfermedades y de todo.
Yo consideré que el alcoholismo era lo que más me afectaba. El dirigente me puso las manos en la cabeza y dijo, “Señor en el nombre de Jesús te pido que liberes a este varón de ese espíritu de alcoholismo, que rechazamos en el nombre de Jesús”. Cuando llegué a casa, conté a mi señora todo lo que había pasado. A la hora de almorzar, yo era de seis cervezas, y después un par de wiskys. Pero cuando ese día probé esa cerveza, dije, ¿Y esto que es? No era la cerveza que durante treinta y tres años yo había disfrutado. Me la tomé un poco a la fuerza, no porque estuviera mala, sino que sentí un rechazo. Eso fue un 24 de Junio del año 2000 y desde entonces hasta hoy, no bebo.
Dios ha bendecido mi hogar y mi trabajo. Me ha sacado de deudas. En la última noche de una Convención Nacional, el que estaba orando dijo ¿Quien quiere dar una contribución especial? y yo di algo mas de lo que hubiera dado en condiciones corrientes. Algún tiempo después, cierto día usé un traje formal que muy poco uso, y cuando metí mi mano en la bolsa del saco, había cuatro billetes de cien dólares. ¿Cómo llegaron allí? ¿De donde salieron? ¡No sé! Ese día yo tenía que pagar el colegio de mis hijas e iba a sobregirarme. Pero allí me salió suficiente para pagar, y entonces recordé que la contribución especial que había dado fue de cuatro billetes de diez dólares. Creo que el Señor me los puso, para que supiera quien me los había mandado. ¿Cómo no estar convencido de las bondades de Dios? ¿Cómo no creer en los milagros de Dios?