Yo era la oveja negra de la familia, siempre en conflicto con mi madre. Soy enfermera graduada y tuve tantos problemas, que llegué a albergar la idea de suicidarme.
Un día Felipe, un amigo, me dijo: Te voy a presentar un amigo que te va a ayudar. Y yo pensé, ¿Será un psicólogo o psiquiatra? Porque como enfermera era lo único que yo esperaba. Mi solución era suicidarme. Otro día, mi amigo llegó con su novia y me dijo: Hoy es tiempo de conocer al amigo que te queremos presentar. Así que fui con ellos a desayunar.
Mi conflicto mayor era con mi madre; no la visitaba, ni tenía nada que ver con ella. En esa ocasión a donde fuimos se habló exactamente de mis problemas. Y dije, que chambroso este Felipe, lo que ha venido a contar de mí. Pero si algo me ha encantado de estas reuniones de esta Fraternidad de Hombres de Negocio es el espíritu que se respira aquí. Yo pensé: Bueno, yo no quiero iglesia, yo no quiero religión, ni quiero ningún compromiso, si en realidad Jesucristo existe o existió, él me va a ayudar. Y no sé, una luz destelló en mi mente y de repente yo estaba hincada llorando y dándole gracias y alabando a Dios.
Ya Cristiana, como enfermera, tuve el privilegio de ayudar al ex presidente de la República Napoleón Duarte a conocer al Señor Jesucristo. Cada vez que iba a cuidarlo, me entraba una angustia, y decía, Señor ¿Cómo es posible que no pueda platicar con él? Un día dije: No Señor, este día que se enferme la esposa, y que los que lo cuidan se duerman, pero yo tengo que hablar con él. Ese día, la esposa estaba con gripe, y a las 11 de la noche él se durmió profundamente. A la una de la madrugada despertó diciéndome: Tengo hambre. Que quiere comer, le pregunté. Quiero tocino, dijo. Pues voy a preparar unos panes, dije. ¿Y si me hace daño? respondió. Que importa, de algo nos vamos a morir, le dije. Después que se comió dos panes, cosa increíble, pensé, ¡este es el momento!
Esa madrugada le expuse el plan de la salvación, y le leí el versículo de Jeremías 33:3, “Clama a mi y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tu no conoces”, y él me dijo, ¿En realidad es cierto? Si le dije, el Señor es una realidad. Yo soy un milagro del Señor; me ha transformado y lo puede transformar a usted. El estaba seguro que al morir iba al infierno, pero al reconocer al Señor esa noche, él me dijo: Yo lo que quiero ahorita que estoy seguro que voy a ir al cielo, es hacer asiento, porque no aguanto. Mire, le dije, le aseguro que en el nombre de Jesús, antes de la nueve de la mañana usted va a estar en el baño.
La siguiente noche que llegué a mi turno, salió su hija Guadalupe a recibirme con un abrazo, un beso y no hallaba donde ponerme. ¿Y por qué? le dije. Es que mirá, me dijo, mi papá no ha parado de hablar de ti. Hizo asiento a la ocho de la mañana, y ha comido. Estaba feliz y de él salió decirme ¿No te acordás qué pasó antenoche a las dos de la mañana? Yo sí le dije, me acuerdo. Entonces la esposa dijo: ¿Bueno y ustedes de que se secretean? Y dijo él: ES ALGO ENTRE ELLA, YO Y EL SEÑOR. ¿Y qué pasó? No le contés, porque se va a enojar, fueron sus últimas palabras.