De niño tuve la dicha de salir del país, debido a que mi padre fue embajador en diferentes países. Desde pequeño me gustó leer mucho. Fui creyendo que todo lo que iba estudiando, e investigando, era lo más importante. En la Universidad, me hice ateo. No creía en Dios. Pensaba que Dios era para personas débiles, que no tienen otra cosa que hacer.
En 1982, yo trabajaba en Banco de Fomento Agropecuario como asesor legal. Cuando llegó el nuevo Presidente, me mandó a llamar, me dio las gracias por el tiempo que había estado allí, y que le vaya bien, me dijo. Las cosas estaban bastante difíciles, cuando un amigo me invitó a un desayuno de la Fraternidad de Hombres de Negocio del Evangelio Completo. No me gustó y a medio evento, me levanté y me fui. Estando en casa medité: Bueno, estos me caen mal, pero ¿Qué harán? – dije - A fulano lo conozco; a mengano, ya sé quien es, y pensé: ¿Qué estarán haciendo ahí esos? Así que el sábado siguiente, regresé yo solito.
Empecé a escuchar los testimonios y a ver lo que pasaba. De regreso a mi casa, empecé a leer la Biblia. Un día, leyendo el Evangelio según Lucas, del rico y que tenía graneros, y los tenía llenos y dijo, “Alma mía ahora, vayamos de fiesta porque ya todo está arreglado”, y Jesús dijo: “¡Necio! Esta noche tu alma te será reclamada, y lo que tienes, ¿De quien será?” Entonces, me quedé pensando y empecé a analizar mi vida en retrospectiva, y me di cuenta de mis errores. Me entró una gran aflicción y empecé a sentirme muy mal y empecé a llorar y entendí lo del arrepentimiento.
En la Fraternidad hablaban de un encuentro personal con el Señor, y yo me preguntaba: ¿Y estos, qué querrán decir con eso?. Una de mis hijas, que en ese entonces tenía diez años, hacía poco se había subido en una mesa, se había caído quebrándose el codo, por lo que le quedó el brazo torcido. El especialista había dicho que se podía arreglar por medio de una operación, quebrándole el brazo otra vez, por lo que pretendíamos llevarla a los Estados Unidos.
Un día estábamos en el dormitorio viendo un programa del Club 700. Era un video viejo, y el que hablaba estaba diciendo, “Bueno hoy vamos a orar por los que están enfermos”. La niña de pronto se levantó, salió corriendo para la cocina, y regresó y me dijo: Mirá Papá, fijate que tengo los brazos iguales. Y yo, un poco serio le dije: ¡Si siempre los has tenido iguales! ¿Qué acaso sos fenómeno? ¿Qué te sucede? No... Papá, que los tengo iguales, mirá. Entonces vi que tenía los dos brazos rectos. ¿Y que pasó? le dije. Fijáte que cuando el señor del televisor dijo que iba a orar por los que estaban enfermos, yo dije: “Señor, ni mi papá, ni mi mamá, tienen dinero para llevarme fuera del país, así que tú ¡curáme!”.
Eso fue todo. Era una oración nada piadosa, porque orar es hablar con Dios, y punto. Incrédulo todavía la llevé donde el médico, que me dijo: Yo no sé que decir, ¿Qué pasó? ¡A saber.. ! Y le pregunté: Mire doctor, ¿Y está bien? Si, está bien, ¡Pero a saber por qué! - me dijo. En ese momento entendí que la cuestión era conmigo. Con ella era una sanidad que le había hecho el Señor. Un milagro. Pero conmigo, era mi incredulidad, y allí me dijo: ¡Aquí estoy Yo! Así comenzó mi encuentro personal con Dios.